LUIS FERNANDO MORENO CLAROS
15/12/2007
Babelia
El País, 17.XII.07
Ensayo.
En 1568, el noble señor Michel Eyquem
de Montaigne (1533-1592), de 35 años, sufrió una
caída de caballo que casi le cuesta la vida. Su padre había fallecido hacía
poco y el huérfano pasaba por un periodo de melancolía. Ya recuperado, y con
una clara conciencia de la fragilidad humana y la inmediatez de la muerte, Montaigne dejó sus cargos en la magistratura de Burdeos para
retirarse a sus posesiones en el Périgord y disfrutar
de sí mismo y de sus seres queridos, de una existencia campestre y de su
excelente biblioteca en la célebre torre circular de su castillo.
El
Señor de
Aquel hombrecillo orgulloso y atento, inteligente y lúcido, buen conversador
y que, aparte de recluirse entre sus libros, viajó por Alemania e Italia, había
recibido de su padre una exquisita educación según principios erasmistas, y
aprendió a cultivar su espíritu, sin prejuicios a la hora de pensar. Tolerante
y precavido, brilló como una estrella solitaria en medio de la noche de una
Francia oscurecida por brutales guerras de religión. Filósofo sin academia,
huyó de las abstracciones metafísicas y se limitó a comprender lo tangible y
real. "Filosofar es aprender a morir", suele ser su apotegma más
citado, pero significa que primero hay que aprender a vivir con naturalidad,
sin temor a ese final que es irremediable; una vida plena y lo más
satisfactoria posible, evitando el mal, conducirá a una muerte digna.
Es probable que Shakespeare leyera Los ensayos,
que, entre otros pensadores y literatos, influyeron mucho en Descartes y
Pascal, Goethe y Emerson. Flaubert depositó el libro en el regazo de George Sand diciéndole:
"Léelo de principio a fin y cuando termines vuelve a leerlo, es una
maravilla". Nietzsche sostuvo que en compañía de
Montaigne la existencia le resultaría más soportable.
Y Proust fue también uno de los más conspicuos
herederos de quien, como él mismo, continuó escribiendo su obra hasta la misma
hora de su muerte.
Los ensayos aparecieron en vida de Montaigne
y gozaron de éxito. Captaron la atención de las mentes más abiertas de la
época. Sin descreer de la fe católica ni atacarla, allí se incubaban los
gérmenes de la revolución secular, hasta tal punto que, andando el tiempo,
Una culta joven parisiense, Marie de Gournay, leyó
a sus 19 años la segunda edición de Los ensayos y quedó prendada de
ellos y del autor, a quien conocería cinco años más tarde y con el que trabó
una singular relación. Montaigne, ya casi
sexagenario, adoptó a Marie como hija y se convirtió en su guía intelectual; lo
cierto es que fue ella la encargada de reeditar la obra del maestro al morir
éste, lanzando en 1695 una edición póstuma de Los ensayos basada en las
indicaciones que dejó Montaigne. Esta edición fue
considerada fiel y canónica hasta que, en el siglo XX, Fortunat
Strowski estableció una nueva según un ejemplar de la
obra descubierto en Burdeos, datado en 1588, con anotaciones manuscritas de Montaigne; entonces la edición de De Gournay
fue relegada. Sin embargo, especialistas como Antoine
Compagnon han optado por reeditarla, entendiendo que
es más completa y fiel a la última voluntad de su autor. Ésta es la que ahora
publica Acantilado, superando con mucho a cualquiera de las escasas ediciones
castellanas de las que disponemos. En resumen, una obra espléndida, editada con
esmero, bien traducida y anotada, que tanto sirve al especialista como al
lector común.
Junto a la extraordinaria edición de Los ensayos, Acantilado publica
en volumen independiente la expresiva y ágil monografía que Stefan
Zweig dedicó a su autor, la mejor introducción a su
lectura; Zweig, humanista solitario en tiempos de
indigencia, nunca se cansó de proclamar la necesidad del pensamiento individual
y libre frente a las imposiciones totalizadoras de ideologías y demás locuras
gregarias: el íntegro Montaigne fue su modelo.