I
Mi querido Orugario:
Tomo
nota de lo que dices acerca de orientar las lecturas de tu paciente y de
ocuparte de que vea muy a menudo a su amigo materialista, pero ¿no estarás
pecando de ingenuo? Parece como si creyeses que los razonamientos son el mejor
medio de librarle de las garras del Enemigo. Si hubiese vivido hace unos
(pocos) siglos, es posible que sí: en aquella época, los hombres todavía sabían
bastante bien cuándo estaba probada una cosa y cuándo no lo estaba; y una vez
demostrada, la creían de verdad; todavía unían el pensamiento a la acción, y
estaban dispuestos a cambiar su modo de vida como consecuencia de una cadena de
razonamientos. Pero ahora, con las revistas semanales y otras armas semejantes,
hemos cambiado mucho todo eso. Tu hombre se ha acostumbrado, desde que era un
muchacho, a tener dentro de su cabeza, bailoteando juntas, una docena de filosofías
incompatibles. Ahora no piensa, ante todo, si las doctrinas son «ciertas» o
«falsas», sino «académicas» o «prácticas», «superadas» o «actuales»,
«convencionales» o «implacables». La jerga, no la argumentaci6n, es tu mejor
aliado en la labor de mantenerle apartado de
La pega de los razonamientos consiste en que trasladan la lucha al campo propio del Enemigo: también El puede argumentar, mientras que, en el tipo de propaganda realmente práctica que te sugiero, ha demostrado durante siglos estar muy por debajo de Nuestro Padre de las Profundidades. El mero hecho de razonar despeja la mente del paciente, y, una vez despierta su razón, ¿quién puede prever el resultado? Incluso si una determinada línea de pensamiento se puede retorcer hasta que acabe por favorecernos, te encontrarás con que has estado reforzando en tu paciente la funesta costumbre de ocuparse de cuestiones generales y de dejar de atender exclusivamente al flujo de sus experiencias sensoriales inmediatas. Tu trabajo consiste en fijar su atención en este flujo. Enséñale a llamarlo «vida real», y no le dejes preguntarse qué entiende por «real».
Recuerda
que no es, como tú, un espíritu puro. Al no haber sido nunca un ser humano (¡oh, esa abominable ventaja del Enemigo!), no te puedes
hacer idea de hasta qué punto son esclavos de lo ordinario. Tuve una vez un
paciente, ateo convencido, que solía leer en
¿Empiezas a coger la idea? Gracias a ciertos procesos que pusimos en marcha en su interior hace siglos, les resulta totalmente imposible creer en lo extraordinario mientras tienen algo conocido a la vista. No dejes de insistir acerca de la normalidad de las cosas. Sobre todo, no intentes utilizar la ciencia (quiero decir, las ciencias de verdad) como defensa contra el Cristianismo, porque, con toda seguridad, le incitarán a pensar en realidades que no puede tocar ni ver. Se han dado casos lamentables entre los físicos modernos. Y si ha de juguetear con las ciencias, que se limite a la economía y la sociología; no le dejes alejarse de la invaluable «vida real». Pero lo mejor es no dejarle leer libros científicos, sino darle la sensación general de que sabe todo, y que todo lo que haya pescado en conversaciones o lecturas es «el resultado de las últimas investigaciones». Acuérdate de que estás ahí para embarullarle; por como habláis algunos demonios jóvenes, cualquiera creería que nuestro trabajo consiste en enseñar.
Tu cariñoso tío,
ESCRUTOPO